El año pasado escribí una reflexión sobre la muerte de un Joven Mapuche a manos de carabineros de Chile (Policía). En ese texto intenté mirar más profundamente hasta los fundamentos del problema y de los posibles caminos de salida, los cuales todos pasan por la reflexión ética colectiva.
Ahora, con ocasión de la huelga de hambre iniciada el 12 de julio por los presos políticos mapuches de las cárceles de Concepción y Temuco, Angol, Lebu y Valdivia (treinta y tantas personas), pienso que el texto sigue estando plenamente vigente, ya que lo que está en juego es la reflexión de la ciudadanía toda, pero persona a persona desde la propia intimidad.
La muerte en condiciones indignas de un ciudadano, es la muerte de la ciudadanía toda. El llamado problema Mapuche no es tal, es el problema de chilenos y mapuches, y lo a sido históricamente dada la opresión del Estado chileno y la decidía de la ciudadanía chilena (cuando no abiertamente del racismo). Del mismo modo, como dijo hace ya tiempo Engels: “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. Lo que está en juego no es ni más ni menos que nuestra democracia, la de todos los que ocupamos el territorio. No podemos permitirnos hacernos los que no sabemos, los que no nos importa, frente a la tragedia discriminatoria e injustificable que significa la aplicación y conservación de la ley «Antiterrorista», establecida en medio del régimen tiránico de la dictadura militar, a los que son de facto, nuestros compatriotas. Chile es, querámoslo o no, un estado multinacional, aún cuando todavía no lo distinguimos así.
Mas impresentable aún es el hecho de que durante todo el periodo de gobierno de «izquierda» de la Concertación, se negó y reprimió las, internacionalmente reconocidas, justas demandas del pueblo Mapuche. Es cosa de mirar los relatorios emitidos por los observatorios de la ONU.
Como señala Immanuel Wallerstein en su reciente comentario sobre las contradicciones de la izquierda en América Latina, hay una contradicción de deseos y practicas entre los movimientos de las poblaciones indígenas, las que se han afirmado políticamente en casi todos los países (desde el 94) demandando su derecho a organizar autónomamente su vida político-social, y los partidos de izquierda que en la última década han alcanzado el poder en los distintos Estados.
Y el problema se haya en el hecho de que, si bien ambos frentes se oponen a los frentes conservadores del neoliberalismo depredador, difieren en sus deseos y propósitos fundamentales, así como en las distinciones y discursos que utilizan.
En Palabras de Wallerstein: «Los partidos se han puesto como principal objetivo el desarrollo económico, tratando de lograrlo, al menos en parte, mediante un mayor control de sus propios recursos y unos mejores acuerdos con las empresas y los gobiernos extranjeros, y las instituciones intergubernamentales internacionales. Persiguen el crecimiento económico, argumentando que sólo de esta manera mejorará el nivel de vida de sus ciudadanos y lograrán una mayor igualdad. Los movimientos indigenistas han tratado de conseguir un mayor control sobre sus propios recursos y una mejora de las relaciones no sólo con los actores no nacionales, sino también con sus propios gobiernos nacionales. En general, afirman que su objetivo no es el crecimiento económico, sino llegar a un acuerdo con la Pachamama, o madre tierra. Aseguran que no buscan una mayor utilización de los recursos, sino un uso mucho más sensato que respete el equilibrio ecológico: persiguen el denominado buen vivir. No es de extrañar que los movimientos indigenistas se hallen firmemente opuestos a los escasos gobiernos conservadores de América Latina, como México, Colombia y Perú. Sin embargo, cada vez más abiertamente, estos movimientos también han entrado en conflicto con los gobiernos de centro-izquierda como Brasil, Venezuela, Ecuador e incluso Bolivia.»
Y el problema fundamental en juego: «Pero, ¿cuántos acuerdos de este tipo se pueden cerrar? Hay un problema más fundamental en juego. Es la naturaleza del «otro mundo (es) posible», para utilizar el lema del Foro Social Mundial: ¿sería un mundo basado en un crecimiento económico constante, aún siendo éste “socialista», que pretendiese elevar el ingreso real de las personas en el Sur global?, ¿o sería lo que algunos llaman un cambio de valores de civilización, un mundo de buen vivir? No será un debate de fácil solución. En la actualidad es un debate que se produce en el seno de las fuerzas de la izquierda latinoamericana. Pero hay situaciones similares en la base de gran parte de las tensiones internas en Asia, África e incluso Europa. Éste puede llegar a ser el gran debate del siglo XXI.»
(Fuente: http://www.agenceglobal.com/article.asp?id=2401)
En fin, ciertamente esta es una visión macro, que nos orienta a mirar el sistema-mundo como totalidad, pero también requerimos mirarnos a nosotros mismos, nuestras cegueras, nuestros apegos, nuestra mezquindades y omisiones. Todo cambio cultural surge como un cambio personal que se expande de lo local a lo global. La sociedad la realizamos las personas, los debates no harán la diferencia si no la hacemos nosotros desde la intimidad de nuestros sentires y reflexiones, es desde ese trasfondo social de nuestra conciencia como animales sociales que somos, que podrá surgir la inspiración ética para realizar el cambio cultural que tanto deseamos todos. Y si no estamos dispuestos a tener la audacia de conversar apelando a la co-inspiración de una matriz común de deseos entre izquierdas y pueblos indígenas, entre izquierdas y derechas, ¡entre todos! estamos perdidos. Esta nave la hundimos o la reflotamos juntos.
En el texto que presento en el link de abajo, profundizo en esa mirada orientada a la responsabilidad y reflexividad ética personal: La muerte de un ciudadano es la muerte de toda la ciudadanía